Homilía del sacerdote Franciscano P. Roger
J. Landry, pronunciada en la Parroquia del Espíritu Santo en Fall River, MA
(Estados Unidos) en 2010
La nota de ocho columnas de la semana
pasada no se la llevó el desfile del Super Bowl ni quién sería el mariscal de
campo, ni tampoco el discurso del Presidente al Estado de la Unión hablando de
los operativos terroristas en los Estados Unidos. Nada de esto fue la noticia
principal. Los encabezados fueron capturados por la muy triste noticia de que
algunos sacerdotes en la Arquidiócesis de Boston abusaron de jóvenes a quienes
estaban consagrados a servir.
Es un escándalo mayúsculo, uno que muchas
personas que durante largo tiempo han tenido aversión a la Iglesia a causa de
alguna de sus enseñanzas morales o doctrinales, lo están usando como pretexto
para atacar a la Iglesia como un todo, tratando de implicar que después de todo
ellos tenían razón. Muchas personas se han acercado a mí para hablar del asunto.
Muchas otras hubieran querido hacerlo, pero creo que por respeto y por no
querer sacar a relucir lo que consideran malas noticias, se abstuvieron; pero
para mí era obvio que estaba en su mente. Y por eso, hoy quiero atacar el
asunto de frente. Ustedes tienen derecho a ello.
No podemos fingir como si no hubiera
sucedido. Y yo quisiera discutir cuál debe ser nuestra respuesta como fieles
católicos a este terrible escándalo. Lo primero que necesitamos hacer, es
entenderlo a la luz de nuestra fe en el Señor. Antes de elegir a Sus primeros
discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la noche. En ese tiempo tenia
muchos seguidores. Él habló a Su Padre en oración acerca de a quiénes elegiría
para que fueran sus doce Apóstoles, los doce que Él formaría íntimamente, los
doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva en Su nombre. Él les dio el
poder de expulsar a los demonios. Les dio el poder para curar a los enfermos.
Ellos vieron como Jesús obró incontables milagros. Ellos mismos obraron en Su
nombre numerosos milagros.
Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue un
traidor. Uno que había seguido al Señor, uno, a quien el Señor le lavó los
pies, que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los
muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice
que Él permitió que Satanás entrara en él y luego vendió al Señor por treinta
monedas en Getsemaní, simulando un acto de amor para entregarlo. “!Judas!”, le
dijo Jesús en el huerto de Getsemaní, “con un beso entregas al Hijo del
hombre!” Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara.
Él lo eligió para que fuera como todos los
demás. Pero Judas fue siempre libre y usó su libertad para permitir que Satanás
entrara en él y, por su traición termino haciendo que Jesús fuera crucificado y
ejecutado. Así que desde los primeros doce que Jesús mismo eligió, uno fue un
terrible traidor. A VECES LOS ELEGIDOS DE DIOS LO TRAICIONAN. Este es un hecho
que debemos asumir. Es un hecho que la primera Iglesia asumió. Si el escándalo
causado por Judas hubiera sido lo único en lo que los miembros de la primera
Iglesia se hubieran centrado, la Iglesia habría estado acabada antes de
comenzar a crecer.
En vez de ello, la Iglesia reconoció que
no se juzga algo por aquellos que no lo viven, sino por quienes sí lo viven. En
vez de centrarse en aquel que traicionó a Jesús, se centraron en los otros
once, gracias a cuya labor, predicación, milagros y amor por Cristo, nosotros
estamos aquí hoy. Es gracias a los otros once -todos los cuales, excepto San Juan,
fueron martirizados por Cristo y por el Evangelio, por el cual estuvieron
dispuestos a dar sus vidas para proclamarlo- que nosotros llegamos a escuchar
la palabra salvífica de Dios, que recibimos los sacramentos de la vida eterna.
Hoy somos confrontados por esa misma
realidad. Podemos centrarnos en aquellos que traicionaron al Señor, aquellos
que abusaron en vez de amar a quienes estaban llamados a servir, o, como la
primera Iglesia, podemos enfocarnos en los demás, en los que han permanecido
fieles, esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y
para servirlos a ustedes por amor. Los medios casi nunca prestan atención a los
buenos “once”, aquellos a quienes Jesús escogió y que permanecieron fieles, que
vivieron una vida de silenciosa santidad. Pero nosotros, la Iglesia, debemos
ver el terrible escándalo que estamos atestiguando bajo una perspectiva
auténtica y completa.
El escándalo desafortunadamente no es algo
nuevo para la Iglesia. Hubo muchas épocas en su historia, cuando estuvo peor
que ahora. La historia de la Iglesia es como la definición matemática del
coseno, es decir, una curva oscilatoria con movimientos de péndulo, con bajas y
altas a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas, cuando la Iglesia
llegó a su punto más bajo, Dios elevó a tremendos santos que llevaron a la
Iglesia de regreso a su verdadera misión. Es casi como si en aquellos momentos
de oscuridad, la Luz de Cristo brillara más intensamente.
Yo quisiera centrarme un poco en un par de
santos a quienes Dios hizo surgir en esos tiempos tan difíciles, porque su
sabiduría realmente puede guiarnos durante este tiempo difícil. San Francisco
de Sales fue un santo a quien Dios hizo surgir justo después de la Reforma
Protestante. La Reforma Protestante no brotó fundamentalmente por aspectos
teológicos, por asuntos de fe -aunque las diferencias teológicas aparecieron
después- sino por aspectos morales. Había un sacerdote agustino, Martín Lutero,
quien fue a Roma durante el papado más notorio de la historia, el del Papa
Alejandro VI. Este Papa jamás enseñó nada contra la fe -el Espíritu Santo lo
evitó- pero fue simplemente un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis
diferentes concubinas. Llevó a cabo acciones contra aquellos que consideraba sus
enemigos. Martín Lutero visitó Roma durante su papado y se preguntaba cómo Dios
podía permitir que un hombre tan malvado fuera la cabeza visible de Su Iglesia.
Regresó a Alemania y observó toda clase de problemas morales.
Los sacerdotes vivían abiertamente
relaciones con mujeres. Algunos trataban de obtener ganancias vendiendo bienes
espirituales. Privaba una inmoralidad terrible entre los laicos católicos. Él
se escandalizó, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por
esos abusos desenfrenados. Así que fundó su propia iglesia. Eventualmente Dios
hizo surgir a muchos santos que combatieran esta solución equivocada y trajeran
de regreso a las personas a la Iglesia fundada por Cristo.
San Francisco de Sales fue uno de ellos.
Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los calvinistas eran muy
populares, predicando el Evangelio con verdad y amor. Muchas veces fue golpeado
en su camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su postura en
relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes. Lo que él
dijo es tan importante para nosotros hoy como lo fue en aquel entonces para
quienes lo escucharon.
Él no se anduvo con rodeos. Dijo: “Aquellos
que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a
un asesinato, destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo
ejemplo”. Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: “Pero yo estoy aquí
entre ustedes hoy para evitarles un mal aún peor. Mientras que aquellos que
causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que acogen el
escándalo -los que permiten que los escándalos destruyan su fe-, son culpables
de suicidio espiritual.”
Son culpables, dijo él, “de cortar de tajo
su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los Sacramentos,
especialmente la Eucaristía”. San Francisco de Sales anduvo entre la gente
de Suiza tratando de prevenir que cometieran un suicidio espiritual a causa de
los escándalos. Y yo estoy aquí hoy para predicarles lo mismo a ustedes. ¿Cuál
debe ser entonces nuestra reacción?
Otro gran santo que vivió en tiempos
particularmente difíciles también puede ayudarnos. El gran San Francisco de
Asís vivió alrededor del año 1200, que fue una época de inmoralidad terrible en
Italia central. Los sacerdotes daban ejemplos espantosos. La inmoralidad de los
laicos era aún peor. San Francisco mismo, siendo joven, había escandalizado a
otros con su manera despreocupada de vivir. Pero eventualmente, se convirtió al
Señor, fundó a los Franciscanos, ayudó a Dios a reconstruir Su Iglesia y llegó
a ser uno de los más grandes santos de todos los tiempos. Una vez, uno de los
hermanos de la Orden de Frailes Menores le hizo una pregunta. Este hermano era
muy susceptible a los escándalos. “Hermano Francisco,” le dijo, “¿qué harías tu
si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas
a su lado?” Francisco, sin dudar un sólo instante, le dijo muy despacio:
“Cuando llegara la hora de la Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado
Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas del sacerdote.”
¿A dónde quiso llegar Francisco? Él quiso
dejar en claro una verdad formidable de la fe y un don extraordinario del
Señor. Sin importar cuán pecador pueda ser un sacerdote, siempre y cuando tenga
la intención de hacer lo que hace la Iglesia -en Misa, por ejemplo, cambiar el
pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, o en la confesión, sin
importar cuán pecador sea él en lo personal, perdonar los pecados del
penitente, Cristo mismo actúa en los sacramentos a través de ese ministro. Ya
sea que el Papa celebre la Misa o que un sacerdote condenado a muerte por un
crimen celebre la Misa, en ambos casos es Cristo mismo quien actúa y nos da Su
cuerpo y Su sangre.
Así que lo que Francisco estaba diciendo
en respuesta a la pregunta de su hermano religioso al manifestarle que él
recibiría el Sagrado Cuerpo de Su Señor que sus manos ungidas del sacerdote, es
que no iba a permitir que la maldad o inmoralidad del sacerdote lo llevaran a
cometer suicidio espiritual. Cristo puede seguir actuando y de hecho actúa
incluso a través del más pecador de los sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que lo
hace!
Y es que si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas.
Y es que si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas.
Los sacerdotes son elegidos por Dios de
entre los hombres y son tentados como cualquier ser humano y caen en pecado
como cualquier ser humano. Pero Dios lo sabía desde el principio. Once de los
primeros doce Apóstoles se dispersaron cuando Cristo fue arrestado, pero
regresaron; uno de los doce traicionó al Señor y tristemente nunca regresó.
Dios ha hecho los sacramentos esencialmente “a prueba de los sacerdotes”, esto
es, en términos de su santidad personal. No importa cuán santos estos sean o
cuán malvados, siempre y cuando tengan la intención de hacer lo que hace la
Iglesia, entonces actúa Cristo mismo, tal como actuó a través de Judas cuando
Judas expulsó a los demonios y curó a los enfermos.
Así que, de nuevo, les pregunto: ¿Cuál
debe ser la respuesta de la Iglesia a estos actos? Se ha hablado mucho al
respecto en los medios. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor, asegurándose que
nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado? Absolutamente. Pero esto
no sería suficiente. ¿Tiene la Iglesia que actuar mejor para tratar estos casos
cuando sean reportados? La Iglesia ha cambiado su manera de abordar estos casos
y hoy la situación es mucho mejor de lo que fue en los años ochenta, pero
siempre puede ser perfeccionada.
Pero aún esto no sería suficiente.
¿Tenemos que hacer más para apoyar a las víctimas de tales abusos? ¡Sí, tenemos
que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera esto es lo
adecuado. El Cardenal Law ha hecho que la mayoría de los rectores de las
escuelas de medicina en Boston trabajen en el establecimiento de un centro para
la prevención del abuso en niños, que es algo que todos nosotros debemos
apoyar. Pero ni siquiera esto es una respuesta suficiente ¡La única
respuesta adecuada a este terrible escándalo, -, como San Francisco de Sales
reconoció en 1600 e incontables otros santos han reconocido en cada siglo-, es
la SANTIDAD!
¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda
crisis que el mundo enfrenta, es una crisis de santidad! La santidad es
crucial, porque es el rostro auténtico de la Iglesia. Siempre hay personas -un
sacerdote se encuentra con ellas regularmente, ustedes probablemente conocen a
varias de ellas también-, que usan excusas para justificar por qué no practican
su fe, por qué lentamente están cometiendo suicidio espiritual. Puede ser
porque una monja se portó mal con ellos cuando tenían 9 años. O porque no
entienden las enseñanzas de la Iglesia sobre algún asunto particular.
Indudablemente habrá muchas personas estos
días -y ustedes probablemente se encontraran con ellas- que dirán: “¿Para qué
practicar la fe, para qué ir a la Iglesia, si la Iglesia no puede ser
verdadera, cuando los así llamados elegidos son capaces de hacer el tipo de
cosas que hemos estado leyendo?” Este escándalo es como un perchero enorme
donde algunos trataran de colgar su justificación para no practicar la fe. Por
eso es que la santidad es tan importante. Estas personas necesitan encontrar en
todos nosotros una razón para tener fe, una razón para tener esperanza, una
razón para responder con amor al amor del Señor.
Las bienaventuranzas que leemos en el
Evangelio de hoy son una receta para la santidad. Todos necesitamos vivirlas
más. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser
más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de Dios y
del Cielo? Absolutamente. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que
hacerlo, ¡incluyendo a los laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y
esta crisis es una llamada para que despertemos.
Estos son tiempos duros para ser sacerdote
hoy. Son tiempos duros para ser católicos hoy. Pero también son tiempos
magníficos para ser un sacerdote hoy y tiempos magníficos para ser católicos
hoy. Jesús dice en las bienaventuranzas que escuchamos hoy: “Bienaventurados
serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal
contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será
grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas
anteriores a ustedes”. Yo he experimentado de primera mano esta
bienaventuranza, al igual que otros sacerdotes que conozco.
A principios de esta semana, cuando
terminé de hacer ejercicio en un gimnasio local, salía yo del vestidor con mi
traje negro de clérigo. Una madre, apenas me vio, inmediata y apresuradamente
apartó a sus hijos del camino y los protegió de mí mientras yo pasaba. Me miró
cuando pasé y cuando me había alejado lo suficiente, respiró aliviada y soltó a
sus hijos como si yo fuera a atacarlos a mitad de la tarde en un club
deportivo.
Pero mientras que todos nosotros quizá
tengamos que padecer tales insultos y falsedades por causa de Cristo, de hecho
debemos regocijarnos. Es un tiempo fantástico para ser cristianos hoy, porque
es un tiempo en el que Dios realmente necesita de nosotros para mostrar Su
verdadero rostro. En tiempos pasados en Estados Unidos, la Iglesia era
respetada. Los sacerdotes eran respetados. La Iglesia tenía reputación de
santidad y bondad. Pero ya no es así. Uno de los más grandes predicadores en la
historia estadounidense, el Obispo Fulton J. Sheen, solía decir que él prefería
vivir en tiempos en los que la Iglesia sufre en vez de cuando florece, cuando
la Iglesia tiene que luchar, cuando la Iglesia tiene que ir contra la cultura.
Esas épocas para que los verdaderos
hombres y las verdaderas mujeres dieran un paso al frente y contaran. “Hasta
los cadáveres pueden flotar corriente abajo,” solía decir, señalando que muchas
personas salen adelante fácilmente cuando la Iglesia es respetada, “pero se
necesita de verdaderos hombres, de verdaderas mujeres, para nadar contra la
corriente.” ¡Qué cierto es esto!
Hay que ser un verdadero hombre y una
verdadera mujer para mantenerse a flote y nadar contra la corriente que se
mueve en oposición a la Iglesia. Hay que ser un verdadero hombre y una
verdadera mujer para reconocer que cuando se nada contra la corriente de las
críticas, estamos más seguros que cuando permanecemos adheridos a la Roca sobre
la que Cristo fundó su Iglesia. Este es uno de esos tiempos. Es uno de los
grandes momentos para ser cristianos.
Algunas personas predicen que en esta
región la Iglesia pasará tiempos difíciles y quizá sea así, pero la Iglesia
sobrevivirá, porque el Señor se asegurará de que sobreviva. Una de las más
grandes réplicas en la historia sucedió justamente hace unos 200 años. El
emperador francés Napoleón engullía con sus ejércitos a los países de Europa
con la intención final de dominar totalmente el mundo.
En aquel entonces dijo una vez al Cardenal
Consalvi:
“Voy a destruir su Iglesia” El Cardenal le contestó: “No, no podrá”. Napoleón, con sus 150 cm. de altura, dijo otra vez: “¡Voy a destruir su Iglesia!” El Cardenal dijo confiado: “No, no podrá! Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!”
Si los malos Papas, los sacerdotes infieles y miles de pecadores en la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde su interior -le estaba diciendo implícitamente al general- ¿cómo cree que Ud. va a poder hacerlo?
“Voy a destruir su Iglesia” El Cardenal le contestó: “No, no podrá”. Napoleón, con sus 150 cm. de altura, dijo otra vez: “¡Voy a destruir su Iglesia!” El Cardenal dijo confiado: “No, no podrá! Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!”
Si los malos Papas, los sacerdotes infieles y miles de pecadores en la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde su interior -le estaba diciendo implícitamente al general- ¿cómo cree que Ud. va a poder hacerlo?
El Cardenal apuntaba a una verdad crucial.
Cristo nunca permitirá que Su Iglesia fracase. El prometió que las puertas del
infierno no prevalecerían sobre Su Iglesia, que la barca de Pedro, la Iglesia
que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el cielo, nunca se volcará, no
porque aquellos que van en ella no cometan todos los pecados posibles para
hundirla, sino porque Cristo, que también está en la barca, nunca permitirá que
esto suceda. Cristo sigue en la barca y Él nunca la abandonará. La magnitud de
este escándalo podría ser tal, que de ahora en adelante ustedes encuentren
difícil confiar en los sacerdotes de la misma manera como lo hicieron en el
pasado. Esto puede suceder y podría no ser tan malo. ¡Pero nunca pierdan la
confianza en el Señor! ¡Es Su Iglesia! Aún cuando algunos de Sus elegidos lo
hayan traicionado, Él llamará a otros que serán fieles, que los servirán a
ustedes con el amor que merecen ser servidos, tal como ocurrió después de la
muerte de Judas, cuando los once Apóstoles se pusieron de acuerdo y permitieron
que el Señor eligiera a alguien que tomara el lugar de Judas y escogieron al
hombre que terminó siendo San Matías, quien proclamó fielmente el Evangelio
hasta ser martirizado por él.
¡Este es un tiempo en el que todos
nosotros necesitamos concentrarnos aún más en la santidad! ¡Estamos llamados a
ser santos y cuánto necesita nuestra
sociedad ver ese rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Ustedes son parte de la solución, una parte crucial de la solución. Y cuando caminen al frente hoy para recibir de las manos ungidas de este sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pídanle a Él que los llene de un deseo real de santidad, un deseo real de mostrar Su autentico rostro.
sociedad ver ese rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Ustedes son parte de la solución, una parte crucial de la solución. Y cuando caminen al frente hoy para recibir de las manos ungidas de este sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pídanle a Él que los llene de un deseo real de santidad, un deseo real de mostrar Su autentico rostro.
Una de las razones por las que yo estoy
aquí como sacerdote para ustedes hoy es porque siendo joven, me impresionaron
negativamente algunos de los sacerdotes que conocí. Los veía celebrar la Misa y
casi sin reverencia alguna dejaban caer el Cuerpo del Señor en la patena, como
si tuvieran en sus manos algo de poco valor en vez de al Creador y Salvador de
todos, en vez de a MI Creador y Salvador. Recuerdo haberle dicho al Señor,
reiterando mi deseo de ser sacerdote: “¡Señor, por favor, déjame ser sacerdote
para que pueda tratarte como Tú mereces!” Eso me dio un ardiente deseo de
servir al Señor.
Quizá este escándalo les permita a ustedes
hacer lo mismo. Este escándalo puede ser algo que los conduzca por el camino
del suicidio espiritual o algo que los inspire a decir, finalmente, “Quiero ser
santo, para que yo y la Iglesia podamos glorificar Tu nombre como Tú lo
mereces, para que otros puedan encontrarte en el amor y la salvación que yo he
encontrado.” Jesús está con nosotros, como lo prometió, hasta el final de los
tiempos. Él sigue en la barca. Tal como a partir de la traición de Judas, Él
alcanzo la más grande victoria en la historia del mundo, nuestra salvación por
medio de Su Pasión, muerte y Resurrección, también a través de este episodio Él
puede traer y quiere traer un nuevo renacimiento de la santidad, para lanzar
unos nuevos Hechos de los Apóstoles en el siglo XXI, con cada uno de nosotros
-y esto te incluye a TI- jugando un papel estelar.
Ahora es el tiempo para que los verdaderos
hombres y mujeres de la Iglesia se pongan de pie. Ahora es el tiempo de los
santos. ¿Cómo vas a responder tú?